Costa Rica: Dominical, Uvita y Corcovado

Día 12: Playa Dominical y pueblo de Uvita

Nos levantamos en Playa Dominical en uno de los mejores hoteles en los que nos alojamos de toda Costa Rica. Por una vez dormimos en un hotel, y no a un hostal con baños llenos de bichejos. Nos recorrimos el pueblo, vimos su mercado y su playa, en la que no pudimos bañamos porque se caracteriza por su fuerte oleaje y por estar mar abierto. Pero eso era lo de menos, porque Dominical es un sitio con un ambiente especial, relajado, lleno de hippies de entrada edad que dan ganas de achucharlos, surferos y casas de colores. Fue, sin duda, uno de los pueblos que más nos gustaron. 

Edurne y yo comimos en Café Mono Congo, un restaurante de comida sana y vegetariana donde probamos la especialidad de la casa: las bolas de mono, un postre de coco que simulaba caquitas de mono. Clara comió en otro sitio y después cogimos el coche hacia Uvita, pueblo que tenía 4 casas por cierto. La carretera estaba muy bien, cosa que era de agradecer, así que tardamos muy poco en llegar. Queríamos ver allí la famosa cola de ballena de una de las playas del Parque Nacional Marino Ballena (cuya extensión es principalmente marítima), pero cuando llegamos estaba cerrado. Nos tomamos la tarde de relax y caminamos hasta la puerta del parque disfrutando de las coloridas casas de Uvita y de esos batidos naturales que tanto nos gustaban. Por la noche, cenamos ceviche y más chiliguaro en un restaurante cerca del hostal, de esos en los que los camareros te preguntan cada dos por tres si está todo correcto. Como era de esperar, nos clavaron, pero cenamos muy bien.

Día 13: Parque de Corcovado  y traslado a San José

Nuestra experiencia en Corcovado fue toda una odisea desde el primer momento. Era la única excursión que teníamos organizada desde España. Buscamos en blogs la mejor manera de llegar, las rutas disponibles, la posibilidad de dormir en el parque, y el guía del mejor hablaban: Montoya. Reservamos todo con antelación porque la entrada a Corcovado está muy reducida. Las tres entradas en el parque para dos días, incluyendo el camping en la estación de La Sirena donde acamparíamos una noche, y pagamos parte de la tarifa del guía, y mil costes más. Peeeero, la naturaleza, esta vez en forma de huracán, trastocó todos nuestros planes. 

Para los días que teníamos reservados el parque estaba cerrado porque había zonas muy afectadas por el huracán Otto. Hasta ahí todo bien, pero la respuesta de nuestro guía Montoya fue: “Lo siento mucho, ¡pura vida”. ¿Cómo que “pura vida”? ¿Dónde estaba nuestro dinero? En ningún momento lo mencionó, ni nos habló de recuperar parte de lo que ya le habíamos entregado, que era bastante.

Después de mucho insistirle y de enterarnos de que parte del parque ya estaba abierto, nos dijo que podíamos ir con él otro día, pero entrando por otra estación y sin dormir en La Sirena. Todo correcto, hasta que un día antes de nuestra nueva excursión con Montoya, nos confiesa que no puede porque tiene un examen. No comments! Por lo menos conseguimos que no devolviera casi todo el dinero. Buscamos otra manera de ir a Corcovado. Estaba difícil porque el acceso a las entradas del parque es muy complicado por tierra, pero conseguimos una excursión desde Uvita hasta Corcovado para un día, y podíamos desplazarnos con nuestro coche de alquiler hasta Uvita sin problema. 

Entonces llegó el día que tanto esperábamos. Nos recogieron muy temprano en nuestro hostal de Uvita y fuimos hasta uno de los pueblos más cercanos de Corcovado: Sierpes. Allí desayunamos algo y nos reunimos con nuestro guía y el resto del grupo. Después cogimos una lancha y estuvimos una hora larga de viaje bajo una tormenta, con un oleaje impresionante y pensando que íbamos a naufragar en todo momento. Parecía el spot de Capitán Pescanova, porque encima llevábamos chubasqueros amarillos. Al llegar a la orilla y bajarnos del barco, le pregunté al guía que si siempre era así, y me dijo que nos había tocado un día tranquilo. 

Entramos por la estación San Pedrillo. Nos pusimos bien de repelente y nos dieron las indicaciones que teníamos que seguir, en especial si veíamos algún felino: no darles la espalda, no correr y seguir avanzando mirándole de una manera desafiante. Dudo mucho que yo fuera a intimidar mucho a un puma, pero estaba bien saberlo. 

Corcovado no tiene nada que ver al resto de parques que vimos. Es selva virgen, no hay ningún sendero ni nada que se le parezca y avanzábamos apartando ramas y maleza. Era una auténtica aventura. Además no paraba de llover a mares, y pisábamos sobre barrizales constantemente, lo que no nos dejaba ver si estábamos pisando alguna serpiente, por ejemplo. Aunque lo más loco vino cuando tuvimos que cruzar un riachuelo con el agua por la cintura. El guía entró al río y nos dijo que lo cruzáramos rápido porque en ese momento no había cocodrilos. Pero teniendo en cuenta que el agua no era muy transparente, a saber lo que había ahí dentro. Y en cuanto a animales, pudimos ver aves, monos, mariposas y lo mejor: ¡un oso hormiguero! 

De vuelta al pueblo de Sierpes, nos encontramos con una de las mejores estampas: una pareja de delfines nadando en el Pacífico. ¡Fue mágico! Costa Rica es así, piensas que vas a ver tucanes porque el país está repleto y de repente, por sorpresa y en el momento más inesperado, lo que ves son cetáceos. 

Regresamos a nuestro hostal de Uvita. Nos dejaron pegarnos una buena ducha y recogimos las maletas porque esa misma noche volveríamos a San José para coger un vuelo de madrugada dirección al Caribe. Este trayecto en transfer también tuvo su gracia, porque paramos en el famoso puente del río Córcoles para ver las decenas de cocodrilos que habitan en él. Nos bajamos del coche y recorrimos andando el puente mientras veíamos los ojos brillantes de cada uno de ellos con su aguda y escalofriante mirada. Creo que ha sido de las veces que más miedo he pasado porque, además de que los cocodrilos me dan pavor, la valla era bastante baja. Un solo tropiezo y seríamos la recena de todos ellos.

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