Costa Rica: Tamarindo, Marino Las Baulas, Manglares y Playa Conchal.

Día 7: Tamarindo y Parque Nacional de las Baulas

Cogimos el coche de alquiler desde la Fortuna en dirección a Tamarindo, en la provincia de Guanacaste de la costa Pacífico norte. Que menudo palo el coche de alquiler, por cierto. Tuvimos que cambiar el punto de recogida y de entrega, y nos salió por unos 400 euros para tres días. 

Llegamos a Tamarindo al mediodía y nos encontramos con un sitio lleno de vida, ambiente surfero y bares. No nos lo esperábamos después de la tranquilidad de La Fortuna. Dejamos las cosas en el hostal y nos ofrecieron ir esa misma noche a ver el desove de la tortuga baula en una playa cercana. Nuestra mente: ¿Desove? ¿tortugas? Que alegría y qué alboroto nos llenó de arriba a abajo porque, por ser la época que era, no contábamos con verlo. 

Por la tarde fuimos a la playa también llamada Tamarindo, la del pueblo, para ver el atardecer. Aunque nos pegamos un buen baño, sus aguas son para surfear mucho y relajarse poco. Recorrimos los kilómetros de playa por la orilla hasta llegar a la desembocadura del río Tamarindo en el Pacífico en el estrecho de Playa Grande. Había varios carteles alertando del peligro de bañarse en esa zona de playa porque podía haber cocodrilos que llegaban por el río, y al parecer ya había fallecido algún que otro americano surfero despistado. 

Por la noche fuimos en coche hasta una de las playas en las que desovan las tortugas en el Parque Nacional Marino Las Baulas (creo que se llamaba Playa Ventanas). Aparcamos bastante lejos de la orilla para no molestarlas con el ruido del motor y las luces y nos acercamos andando hasta la que sería una de las playas más bonitas que he visto en mi vida. La noche estrellada que se disfrutaba era espectacular y teníamos cientos de luciérnagas encima de nuestras cabezas. Al principio mi amiga Edur pensaba que tenía algo raro encima hasta que nos dimos cuenta de que eran ¡luciérnagas! ¡LUCIÉRNAGAS!

Después de esperar varias horas en la playa en silencio sepulcral y congelarnos de frío, nos volvimos al pueblo sin ver nada. Por favor, señores… ¿no podían haber sacado una tortuguita figurante para irnos felices? La noche anterior se vieron cientos de tortugas, y nosotras siempre llegábamos tarde a todo 😦  Pero fuera bromas, aunque nos quedamos sin ver el desove, vimos otras cosas maravillosas y Costa Rica no es un zoo, ver animales en libertad y actuando de manera natural es cosa de suerte. Volvimos al hostal y para compensarnos por no verlas, nos regalaron una excursión a unos manglares al día siguiente. Fueron un encanto, la verdad. 

Día 8: Manglares de Tamarindo y snorkel en Playa Conchal. 

A la mañana siguiente fuimos hacia los manglares de Tamarindo, también conocidos como el Refugio Nacional de Vida Silvestre Tamarindo. Nuestra suerte iba a cambiar porque ¡vimos de todo! 

Íbamos en una lancha prácticamente solas. El guía, una pareja y nosotras tres. Nos dieron piña durante el trayecto, algo bastante normal allí en las excursiones, y no podía saber mejor. Nos recorrimos los manglares próximos a la desembocadura del estuario del río Mata Palo y fue espectacular. Lleno de vegetación por todas partes, donde pudimos ver varias especies de cangrejos, cocodrilos, garzas, y monos cariblancos y aulladores. La diferencia era fácil: los carablancos o capuchinos son más pequeños con cuerpo negro y cabecita blanca, y lo aulladores son totalmente negros y adivinad que hacen. Sí, aullar. Y se les oye desde bastante lejos. Vamos, que no sabes si acecha un mono o un oso. A estos últimos los vimos bajándonos de la lancha y caminando un poco siguiendo su aullido. Los teníamos encima, en las ramas de los árboles, y el guía nos señaló al macho alfa de la familia. 

Fue una excursión maravillosa, la verdad. Volvimos al pueblo repletas de felicidad y cogimos las maletas de hostal. De ahí fuimos con el coche a dos playas cercanas: Playa Conchal y Flamingo. La entrada ya prometió porque tuvimos que atravesar una primera playa con el 4×4 para llegar a Conchal. El parking de la playa estaba dentro de la playa, literalmente, así era, y había lo que nosotros llamábamos “unos gorrillas” controlando el parking. Mi amiga Clara preguntando después a la gente local si era seguro dejar allí el coche porque llevábamos tooodo el equipaje encima, fue lo más. 

Una vez allí, mientras estábamos tomando el sol, se nos acercaron unos locales ofreciéndonos su barquito para ir a bucear. Nosotras, unas locas del snorkel, se nos hicieron los ojos chiribitas al escucharlo. Y a ellos, se les puso el símbolo del dólar en los ojos como al tío Gilito al vernos. 

En resumen, que nos engañaron. Les pagamos por “la excursión”, y resulta que les pagamos su reunión de amigos. En el barco, además de nosotras, iban un americano diciendo todo el rato con énfasis cosas como “brothers”, “let’s drink”, “how r u doing?” y el dueño del barco y el hermano tirándonos los trastos. Todo ello, mientras bebían de la garrafa de ron que llevaban encima. 

El viaje en barco dio para largo. Hicimos varias paradas para hacer snorkel y vimos peces de de todo tipo de colores preciosos. Creo que de los más bonitos que he visto nunca, pero no era una zona de coral. Tuvimos que salir pronto del agua porque nos empezaron a picar medusas microscópicas. 

Después fuimos a zona de rocas porque los chicos querían pescar algo para comer. Nosotras, expertas en marinería, nos quedamos en el barco anclado solo porque estábamos cansadas, vaya. El agua empezó a revolverse y el barquito a balancearse. No veíamos a los chicos y el tiempo iba avanzando, así que ya nos veía navegando solas de vuelta a la orilla. Pero volvieron con los peces que habían pescado, entre ellos un pez loro que comimos crudo con un poco de soja y lima. Y la verdad es que estuvo buenísimo.

Ya de camino a la orilla, los chicos pararon de repente, se tiraron al agua y sacaron varias estrellas de mar rojas y negras. No paraban de insistir en que les hiciéramos fotos mientras las estrellas se estresaban, y nosotras no parábamos de insistir en que por favor las volvieran a meter en el agua. En fin, nada más que añadir. La excursión fue como poco anecdótica e inolvidable.

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